Chef
Docente
Universitario UTE
Los
Envueltos
Como símbolo de identidad gastronómica de los ecuatorianos
Hemos venido haciendo una secuencia que aborda dese una óptica sencilla, el espacio que en nuestra memoria gustativa ocupan los envueltos, mismos que han estado presentes en nuestras mesas o recuerdos, desde tiempos inmemorables. En el Ecuador, los envueltos son inagotable fuente de orgullo para unos, de indiferencia para otros y de innecesaria vergüenza para otros tantos, en fin, como un producto que cada vez tiene menos representantes, devenido de la desaparición de algunos, provocado por el olvido; en esta ocasión haremos referencia a aquellos que ocupan los puestos estelares, ya sea en la memoria o en la mesa, y contrario a otros, estos han ido creciendo en representatividad.
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Los tamales ecuatorianos, han sido por excelencia quizá una de las manifestaciones gastronómicas más diversas, dado que los encontramos envueltos en disimiles hojas, con variadas masas y ni que decir de los rellenos.
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En esta ocasión nos referimos al tamal más comercial, aquel que dejó de ser lugareño, para convertirse en ciudadano de todo el país y aquel que viaja en la valija del migrante al mundo. El “Tamal Lojano”, de masa suave y esponjosa, hecha a base de maíz nixtamalizado y molido, hidratado en el caldo de la cabeza del cerdo o también en caldo de gallina, texturizado a punto con la manteca de cerdo y/o mantequilla, y cuando la masa queda por demás suave, viene el merecido reposo para profundizar sus bondades, ya el relleno es otro tema, ya sea la cabeza de cerdo, o cualquier parte de este desmenuzado, o la gallina desmechada, en algunos casos guisada junto a arvejas y zanahorias, en fin, las masa de maíz y cualquiera sea el relleno, cobijada por la generosa hoja de atchira, a esto sumado por más o menos una hora del sofocante vapor de la tamalera, da como resultado el más querido de los tamales ecuatorianos.
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El tamal lojano es también parte de la identidad cultural de los lojanos,
sinónimo de orgullo, tan versátil como él solo, sin igual en el desayuno,
perfecto para la media mañana, ideal para un almuerzo rápido,
y hasta en el café de la tarde viene bien. Otro elemento que
vincula a este tamal con los lojanos, es el hecho de estar
elaborado con productos 100% locales, lo que a su vez
genera un vínculo y sentido de pertenecía más profundo.
Como reza una frase popular “donde hay un tamal lojano, hay
alegría y celebración”
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Por otra parte, y no menos importante, son las afamadas humitas, estas tienen un lugar muy importante en el corazón de los ecuatorianos, tan versátiles que han logrado calar y hacerse un espacio en las cuatro regiones del Ecuador, camaleónicas, que cuando cambian de domicilio también cambian de nombre, es así que si bien es cierto Humita es el nombre más repetido, habrá lugares y lugareños que la llamen choclotanda, chogllotanda, antucas y hasta chumales. Que si la humita es versátil, claro que sí, y no solo el nombre, también las variantes, las hay de dulce, de sal, de choclo amarillo o del blanco, de choclo tierno y del cao, con mucho queso o con muy poco también, ha de depender mucho del poder adquisitivo de quienes lo hacen o a su vez de quienes la compran, en fin, la humita es un punto a parte de los envueltos.
Los Quimbolitos, llegamos al momento dulce de este artículo, y para hablar de los quimbolitos es necesario desentrañar una serie de variables que determinan su ser. El Quimbolito es una masa esponjosa, dulce y en ocasiones anisada, construido dentro de la versátil hoja de atchira, su particularidad se empieza a notar desde la forma, livianos y muy esponjados, ya al probarlos es otra cosa, son sin duda una golosina que satisface hasta el más exigente de los paladares, no conoce el ego, se deja acompañar muy bien con un vaso de leche, con un café, o en formato postre con una salsa o un buen helado, y es que es tan versátil que combina con todo.
Ya si de sus orígenes queremos hablar, entonces a los conventos quiteños vamos a llegar, el Quimbolito es según algunos indicios escritos, la forma recursiva que encontraron las monjitas para hacer una especie de pastel en ausencia de moldes y combinando con productos locales como el maíz.
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Es así como en épocas iniciales del mestizaje, nace en Quito el Quimbolito, mismo que para subsistir en el tiempo se ha ido adaptando y adoptando nuevos elementos y sabores, como el chocolate, pasando de aguardiente de contrabando en su elaboración a los más finos licores. No obstante, esto le ha permitido ir ganado terreno y conquistando paladares en todo el territorio nacional, e incluso a traspasar fronteras, aunque curioso es ya normal encontrarse con la oferta de quimbolitos en el sur de Colombia. Y como no podía ser de otra manera, es también común en las cartas de los restaurantes ecuatorianos que están fuera del país.
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Sin duda y modo de conclusión, donde haya un ecuatoriano, estarán los envueltos, ya sea de forma física, o en el anhelo de su memoria. Los envueltos sin duda se han convertido en un símbolo de identidad para los ecuatorianos, unos nos identificamos con unos, otros con otros, y así esa simbiosis entre los ecuatorianos y los envueltos se ha encargado y encargara de que los mismos prevalezcan en el tiempo.
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“La comida es un símbolo de amor cuando las palabras son inadecuadas.” Alan D. Wolfelt