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Chef

BerniVargas

Somelier
Instructora en Escuela CAPEX

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un viaje dulce en Baños

La magia de la Melcocha

Nunca pensé que un paseo por Baños, Tungurahua, me regalaría una experiencia tan dulce y auténtica como la melcocha. Al caminar por las pintorescas calles de este pequeño paraíso ecuatoriano, fui testigo de un arte ancestral que transforma ingredientes simples como agua y panela en un manjar que, literalmente, se derrite en la boca. No pude resistir la tentación de acercarme a uno de esos pequeños locales donde, con una destreza casi hipnótica, el caramelo es estirado y batido una y otra vez.

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El proceso comienza con la panela, que, junto con el agua, es cocinada lentamente sobre un fogón de leña. Este es un paso fundamental, ya que ese humo le da a la melcocha su característico sabor. A medida que la miel espesa, los maestros del dulce añaden ingredientes como cáscara de mandarina, maní o ajonjolí, elevando el sabor y dándole un toque inesperado. Sin embargo, el verdadero espectáculo comienza cuando, con el gancho de madera de guayaba, llamado horcón, comienzan a batir la mezcla. Lo que era un caramelo marrón oscuro va poco a poco volviéndose más claro, hasta adquirir ese tono blanco brillante tan característico.

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Recuerdo que, mientras observaba el proceso, el aroma dulce y cítrico de la melcocha me envolvía. No era solo el hecho de ver cómo se transformaba la mezcla, sino el sentimiento de estar presenciando una tradición que ha pasado de generación en generación. Los expertos melcocheros, que aprendieron el oficio de sus madres o abuelas, conocen a la perfección el punto exacto en el que la melcocha está lista para ser consumida, un conocimiento que es casi un arte en sí mismo.

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El origen de la melcocha, según me contaron, está íntimamente ligado a la historia de los Jesuitas, quienes, en el siglo XVIII, introdujeron la técnica de elaboración de la panela y los alfeñiques en el valle del Patate. Los habitantes de Baños adoptaron rápidamente este saber y, desde entonces, han perfeccionado el proceso. Y es que, cuando la melcocha aún está caliente, es una experiencia única. Se estira y se moldea con las manos hasta que toma forma, y cuando finalmente la probé, entendí por qué es un dulce tan querido. Al contacto con mi lengua, se deshizo lentamente, soltando pequeños hilos de caramelo que se derretían, liberando un dulzor intenso pero equilibrado.

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El recorrido por Baños no estaría completo sin una visita al Terminal Terrestre o a la Calle Ambato, donde decenas de puestos exhiben esta joya culinaria. No solo se venden melcochas, sino también su versión más dura y empaquetada, conocida como alfeñique. Pero, sinceramente, recomiendo probarla en su forma más fresca, recién batida, aún caliente y flexible.

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No solo es un placer para el paladar, sino que también tiene su lado nutritivo. La panela, el alma de la melcocha, está repleta de nutrientes esenciales como calcio, magnesio, hierro y fósforo. Es increíble pensar que un dulce tradicional puede aportar tantos beneficios, además de ofrecer ese golpe energético necesario para seguir explorando la belleza de Baños.

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Así que, si algún día visitas este rincón de Ecuador, te recomiendo hacer una pausa y probar una melcocha recién salida del horcón. Endulzará no solo tu paladar, sino también tu corazón, llevándote de vuelta a un tiempo donde las cosas simples eran las más placenteras.

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